El actor, muy recordado en la Argentina por su papel en “Un lugar en el mundo”, de Adolfo Aristarain, encarna a un asesino a sueldo español que vive en Buenos Aires y un día toma conciencia, en la última planta del Hospital de Clínicas, de que se está muriendo a causa de tres tumores cancerígenos que lo aquejan. En “El muerto y ser feliz”, el director Javier Rebollo ofrece una aventura cinematográfica lúdica, en su forma de jugar con géneros como la "road-movie" y el policial negro, pero sobre todo por su extraña forma narrar las peripecias de este asesino tan particular, a través de dos voces en off omniscientes, que avanzan junto a la imagen, informan, redundan y se contradicen a sí mismas.
Protagonizada por Sacristán, la argentina Roxana Blanco y el crítico uruguayo Jorge Jellinek, “El muerto y ser feliz” es una película de carretera, una road-movie, un policial negro, pero también una comedia fundada en el absurdo que toma los estereotipos de esos géneros para deformarlos, quitarles todo vestigio de solemnidad y convertirlos en elementos de un juego cinematográfico.
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